sábado, 26 de junio de 2010

Aún hay cruces.

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publicado en el libro "Dios habla todos los días. Diario de un inválido".
Editorial "Edibesa". Madrid 2000. 4ª Edición.
Autor: Manuel Garrido Lozano (Lolo).

4 de abril de 1959.

Mi ficha podría ser ésta:
Treinta y nueve años. Soltero y andaluz. Maestro. Inválido desde hace casi dieciocho años. Reumatismo.
La vida mía está circunscrita a una habitación, con apenas una salida anual. Mi cuarto es dormitorio, sala de estar y lugar de trabajo al propio tiempo. Creo que, de un modo o de otro, hago algo. Todos los días dedico unas horas a rellenar cuartillas. Como ya no puedo por mí mismo, ahora, casi siempre, dicto.
Mi "hobby" son los libros. Una obra bien hecha, me mete las delicias del mundo por los ojos. No me la cambiaría por un "cóctel" de la mejor película, el mejor viaje y la mejor tertulia. De envidiar algo, sería las buenas lecturas.
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Lo mío empezó cuando era un muchacho que estaba cumpliendo su servicio militar. Pudo nacer todo de una quintada. Me cazaron para limpiar de nieve una calle. Como me pilló en alpargatas y estuve paleando varias horas las aceras, el frío acabó por enroscarse a mis rodillas. A los pocos días fuimos castigados a un paso ligero y el dolor de las articulaciones me reservó el puesto de farolillo rojo. Luego vino lo del hospital, y ya desde entonces tengo colgado a las espaldas mi buen cartel de "desahuciado". Con tanto tiempo, mi inutilidad la vivo con una característica de normalidad, como nos puede haber nacido el pelo rubio o notamos una vocación de fresadores.
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La composición de lugar de mi vida, podría ser ésta:
Sentad a un hombre en rigurosa postura de un cuatro (4). Las manos le quedarán ligeramente reposadas sobre las piernas, con los dedos encogidos, como el que retiene una moneda. La cabeza, inclinada. Y ya así, de pronto, golpeadle con fuerza sobre los hombros. Cuando se haya embebido, dejadle así, bien quieto, maduradle en piedra las articulaciones y derramad sobre el cuello los seis mil y pico días de dieciocho años.
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Este cuadro tiene también su "ángel". Con dolores, con angustias, o con fatalismo, lo que en mí pasa es lo mismo que en cualquiera de los hombres. Todos, sanos o enfermos, tenemos nuestras horas de almendro en flor o nuestros momentos de caída de hojas; pero, también, un Dios rutilante, que brilla siempre al fondo de todos los sucesos. Sobre un sillón de ruedas, con medicinas o con silencios, yo también siento su actividad vivificante. Es lo que importa.
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Cuando pienso en mi habitación, digo que también se puede amar, y se ama, a los ladrillos, las paredes y los muebles. Hasta en las gramáticas de párvulos pone que "alegría" es nombre abstracto. Si no estoy de acuerdo es porque, en mi caso, la alegría tiene la fórmula concreta de los balcones, los azulejos y los muros de mi habitación. Por ejemplo: ¿hay algo más representativo de la alegría que un rayo de sol? Pues un abanico de luz se me derrama por la cabeza y me descansa a los pies como si fuera un lazarillo. Me llena de gozo pensar que, a lo largo de los días, Dios ha ido decantando las cosas favorables para este paréntesis de la vida de un hombre. Lo digo con el más profundo reconocimiento y pienso que la cara de favoritismo aparente El la compensa con la misma gracia para todos y cada uno de los hombres. Para Dios, que es el primer “hincha” de cada hombre, todos somos elegidos.
Mi habitación forma parte de un piso segundo que da a una plaza con lonjas antiguas y horas silenciosas. Desde el balcón tengo una panorámica abierta, que aumenta el declive de la calle. Si la vivienda se distancia del corazón de la ciudad, el trajín de la iglesia vecina consigue ese punto de almíbar entre el escándalo y el aburrimiento.
La verdad es que lo que más me gusta es esta vecindad de la parroquia. Está tan cerca que, en primavera y verano, hasta puedo seguir la misa por el toque de la campanilla. Con todo, hay algo mejor aún: el propio Sagrario, situado enfrente. Mientras trabajo, como o duermo, Cristo permanece de cara a mí, apenas a unos veinte metros de distancia. Frente por frente, los dos estamos en postura de diálogo. Cuando sufro, cuando lucho, cuando me afano por ser mejor, me basta apenas mirar de reojo para notarle como si me estuviera alentando. Si me abato, si me dobla la cabeza alguna infidelidad, cierro aprisa los ojos porque, si los abriera, habría de notar unas pupilas que me acusan.
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5 de abril de 1959.
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En casa vivimos dos personas: Lucy, mi hermana, y yo.
He pensado muchas veces en cómo el destino nos unió a Lucy y a mí desde pequeños. Con otros cinco hermanos, entre los dos existió una mutua predilección, que no acertaríamos a explicar. Cuando era un adolescente, me gustaba apurarle unas perras a la soldada de los domingos para llevarle un cartucho de garrapiñadas. Ella planchaba mis corbatas y mis trajes con una escrupulosidad que ya era una caricia. Luego, cuando me llevaron al hospital, vivió el "maratón" de las colas y los tranvías para llevarme bizcochos. Casi era una niña cuando, desahuciado, volvimos a casa y ya se quedó a mi lado para siempre. Si de todo esto mío pudo nacer una flor de esperanza, en la raíz está su juventud, toda su juventud, puesta a los pies de Dios como una azucena, y su simiente de sacrificio. Lo dio todo generosamente cuando por todos los caminos sonaban voces prometedoras. Por eso aseguro que también los ángeles de la guarda pueden llevar nombres de mujer y que, a la vez, la maternidad florece por el mundo aunque no haya cunas ni papillas. Si la vida de renuncia pudo tener a esta criatura como los árboles después de la poda, pienso que su corazón está cuajado, como los troncos en abril.
Desde hace cuatro años, Lucy trabaja. Todos los días, antes de irse, ya me deja en pie y bien arregladito.
Desde que se casó, mi hermano Antonio Luis ya no vive con nosotros. Ahora viaja profesionalmente y, los domingos, viene y ayuda a todo lo que me haga falta. De un modo o de otro, sigue "viviendo" con nosotros y, cuando le preguntan en la calle que a dónde va, contesta, por nosotros: "A mi casa".
Desde Madrid uno y desde Galicia otro, junto a nosotros están, a su vez, mis dos hermanos José María y Expecta. A ellos les ha tocado la Cruz más áspera, la de sufrir sin ver. Las inquietudes y las suposiciones están cada día sobre el barniz de sus mesas. El saber que tienen mi dolor clavado en la felicidad de sus hogares, me hace sufrir más que las punzadas de las articulaciones.
En nuestra vida hay también un personaje que no tiene parentesco, pero que está en lo nuestro con la misma fuerza de la sangre: el Cura. Lo conocí hace unos seis años y, la primera vez que nos vimos, no llegamos a cambiar ni una palabra, pero ya entonces hubo algo más trascendente que las frases: sobre mi lengua puso una Hostia consagrada. En realidad, aquel gesto resume toda la entrega de su vida que él me ha hecho en estos años. Luego le destinaron a la parroquia de aquí al lado y desde entonces mi casa fue la suya. Sentado junto a la camilla, en el escalón o en el suelo, charlando siempre, hemos llegado a una compenetración absoluta. Cuando miro a su vida, me da escalofrío su generosidad. Desde que le trasladaron, cada veinte o treinta días asoma, inesperadamente, por la esquina. Entonces se ríe al ver mi cara de sorpresa.
Este es mi hombre y su circunstancia, un hombre aprehendido en las cuartillas como una mariposa naturalista. Pero el hombre tiene a su vez un rebullir dentro del pecho.

7 de Abril de 1959.
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Han venido los pájaros negros. Desde la cama los he visto hoy alineados en el alero del tejado de enfrente, firmes y quietos, como muñecos del pim-pam-pum. De otro lado, todo el cielo es un puro ondular de golondrinas, y ayer, el silencio de la media mañana lo quebró una voz distante y cansina que era como la primera larva de las siestas de verano:
- ¡Cantariiiillos y cáaaantaros y macetas!"
Luego, el andar pausado del burro redondeó la profecía del verano. Alguien me preguntaba:
- "Vamos a ver: ¿qué es peor para ti, el verano o el invierno?".
- "El verano" - he dicho rápidamente, como lo hago también en las horas más crudas del invierno.
Y es que el verano tiene unas características que acentúan la ya de por sí difícil inutilidad de los miembros. El calor y sus consecuencias son como una llave inglesa que nos atornilla aún más duramente las articulaciones. Hasta ahora, ni un solo verano ha dejado de pasar ...
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Manuel Lozano Garrido nació en Linares el 9 de agosto de 1920. A los 22 años, una parálisis progresiva le sentó en un sillón de ruedas. Los últimos nueve años, también quedó ciego. José Luis Martín Descalzo dijo de él que “Se dedicaba a ser cristiano. Se dedicaba a creer”. Murió el día 3 de noviembre de 1971, festividad de San Martín de Porres. Fue beatificado en su ciudad natal el pasado día 12, de este mes de junio de 2.010 que ya acaba.
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En la siguiente dirección podéis contemplar un vídeo sobre su vida:
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3 comentarios:

  1. No te lo creerás, Antonio, pero es la primera vez que leo algo escrito por ‘Lolo’ y siendo de mi tierra, Linares, casi podría tipificarse como falta grave. Gracias por colgar en tu blog estos pequeños pasajes de su obra, habiendo sido, además, declarado Beato, hace unos días en Linares, como sabrás, por la Iglesia Católica.
    Me ha llamado la atención la serenidad, entereza, resignación y hasta dureza con la que narra su parálisis. Y aún no había perdido la vista.
    A modo de comentario, te digo, que la casa en la que vivió ya no existe. Actualmente, es parte del que fuera mi colegio, La Presentación. Está junto de la lonja y la iglesia de Santa María, La Mayor, de estilo gótico y renacentista, que se menciona en su obra y que, además, es donde descansan sus restos.
    Desde el 12 de junio, Linares cuenta con un Santo, San Pedro Poveda, fundador de la Institución Teresiana y un Beato, Manuel Lozano Garrido.
    De nuevo, gracias.
    Un abrazo

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  2. Gracias Rocío por tu comentario; esta entrada, en realidad, la debo a ti que me comentaste mediante email la fecha de la beatificación de "Lolo", lo que me animó a releer algunos libros que guardo de él.
    Habrás podido comprobar que he realizado algunos cambios en el diseño del blog; ¿qué te parecen?.
    Feliz Fin de semana.

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  3. Has tardado en contestar. No se si era porque te lo había puesto muy difícil o por las sucesivas victorias de nuestra seleción en el Mundial que te han tenido pegado literalmente a la tele. Lo cierto es que el partido de ayer fue de auténtico infarto, si ayer no te dió ya estás libre de sufrirlo... El miércoles veremos qué pasa, Alemania es mucha Alemania! Si pierde nos consolaremos pensando que ya es un toda una hazaña el haber llegado a semifinales en un mundial de futbol.
    Me parece muy acertado el cambio de formato del blog, está muy bien, mucho mejor que antes. Los cambios para mejor siempre son bien recibidos.
    Un fuerte abrazo.

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