viernes, 3 de junio de 2011

"El cuento de "Latif".

"Latif" era el pordiosero más pobre de la aldea. Cada noche dormía en el zaguán de una casa diferente, frente a la plaza central del pueblo. Cada día se recostaba debajo de un árbol distinto, con la mano extendida y la mirada perdida en sus pensamientos.

Cada tarde comía de la limosna o de lo que alguna persona caritativa le proporcionaba. Sin embargo, a pesar de su aspecto y de la forma de pasar sus días, "Latif" era considerado, por todos, el hombre más sabio del pueblo, quizás no tanto por su inteligencia, sino por todo aquello que había vivido.

Una mañana soleada, el rey en persona apareció en la plaza. Rodeado de guardias caminaba entre los puestos de frutas y baratijas buscando nada. Riéndose de los mercaderes y de los compradores, casi tropezó con "Latif", que dormitaba a la sombra de una encina. Alguien le contó que estaba frente al más pobre de sus súbditos, pero también frente a uno de los hombres más respetados por su sabiduría. El rey, divertido, se acercó al mendigo y le dijo: 'Si me contestas una pregunta te doy esta moneda de oro'. "Latif" lo miró, casi despectivamente, y le dijo: 'Puedes quedarte con tu moneda, ¿para qué la querría yo?, ¿cuál es tu pregunta?'.

El rey se sintió desafiado por la respuesta y en lugar de una pregunta banal, se despachó con una cuestión que hacía días lo angustiaba y que no podía resolver. Un problema de bienes y recursos que sus analistas no habían podido solucionar. La repuesta de "Latif" fue justa y creativa. El rey se sorprendió; dejó su moneda a los pies del mendigo y siguió su camino por el mercado, meditando sobre lo sucedido.

Al día siguiente, el rey volvió a aparecer en el mercado. Ya no paseaba entre los mercaderes, fue directo a donde "Latif" descansaba, para hacerle otra pregunta, que "Latif" volvió a responder rápida y sabiamente. El soberano volvió a sorprenderse de tanta lucidez. Con humildad se quitó las sandalias y se sentó en el suelo frente a "Latif": 'te necesito', le dijo. 'Estoy agobiado por las decisiones que como rey debo tomar. No quiero perjudicar a mi pueblo y tampoco ser un mal soberano. Te pido que vengas al palacio y seas mi asesor. Te prometo que no te faltará nada, que serás respetado y que podrás partir cuando quieras.... por favor'.
.....



Por compasión, por servicio o por sorpresa, el caso es que "Latif", después de pensar unos minutos, aceptó la propuesta del rey. Esa misma tarde llegó "Latif" al palacio, en donde inmediatamente le fue asignado un lujoso cuarto a escasos doscientos metros de la alcoba real. Durante las siguientes semanas las consultas del rey se hicieron habituales. Todos los días, a la mañana y a la tarde, el monarca mandaba llamar a su nuevo asesor para consultarle sobre los problemas del reino, sobre su propia vida o sobre sus dudas espirituales. "Latif" siempre contestaba con claridad y precisión. El recién llegado se transformó en el interlocutor favorito del rey.

Pero esto desencadenó los celos de todos los cortesanos que veían en el mendigo-consultor una amenaza para su propia influencia y un perjuicio para sus intereses materiales. Y así, un día éstos pidieron audiencia con el rey y le dijeron: 'Tu amigo Latif, como tú llamas, está conspirando para derrocarte'.'No puede ser' dijo el rey. 'No lo creo'. 'Puedes confirmarlo con tus propios ojos', dijeron todos. Cada tarde, a eso de las cinco, "Latif" se escabulle del palacio hasta el ala Sur y en un cuarto oculto se reúne a escondidas, no sabemos con quién. Le hemos preguntado a dónde iba alguna de esas tardes y ha contestado con evasivas. Esa actitud terminó de alertarnos sobre su conspiración'.

El rey se sintió defraudado y dolido. Debía confirmar esas versiones. Esa tarde, a las cinco, aguardaba oculto en el recodo de una escalera. Desde allí vio cómo, en efecto, "Latif" llegaba a la puerta, miraba hacia los lados y con la llave que colgaba de su cuello abría la puerta de madera y se escabullía sigilosamente dentro del cuarto. 'Lo visteis' gritaron los cortesanos, 'lo visteis?'. Seguido de su guardia personal el monarca golpeó la puerta.'¿Quién es?' dijo "Latif" desde adentro. 'Soy yo, el rey,' dijo el soberano. 'Ábreme la puerta'. "Latif" abrió la puerta. No había nadie allí, salvo "Latif".

Ninguna puerta, o ventana, ninguna puerta secreta, ningún mueble que permitiera ocultar a alguien. Sólo había en el piso un plato de madera desgastado, en un rincón una vara de caminante y en el centro de la pieza una túnica raída, colgando de un gancho en el techo. '¿Estás conspirando contra mi "Latif"?' pregunto el rey. '¿Cómo se te ocurre, majestad?' contesto "Latif". 'De ninguna forma, ¿por qué lo haría?' 'Pero vienes aquí cada tarde en secreto. ¿Qué es lo que buscas si no te ves con nadie? ¿Para qué vienes a este cuchitril a escondidas?'.

"Latif" sonrió y se acercó a la túnica rotosa que pendía del techo. La acarició y le dijo al rey: 'Hace sólo seis meses cuando llegué, lo único que tenía eran esta túnica, este plato y esta vara de madera' dijo "Latif". 'Ahora me siento tan cómodo en la ropa que visto, es tan confortable la cama en la que duermo, es tan halagador el respeto que me das y tan fascinante el poder que regala mi lugar a tu lado.... que vengo cada día para estar seguro de no olvidarme de QUIÉN SOY Y DE DÓNDE VINE. Si perdiera la humildad, perdería la sabiduría'.

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