martes, 31 de diciembre de 2013

El fin de Año.

Por Daniel M.

Vienen y van los años como vienen y van las mareas y las sombras. Y así como las olas alcanzan la costa y se confunden con la arena, el año anterior se va fundiendo con el siguiente en una suerte de recuerdos, de proyectos, de ilusiones, nombres, aromas, cosas hechas y cosas por hacer. Y las ganas de tener ganas de tener ganas, que cantaba aquel, y que nunca vienen mal.
 

Vienen. Vienen los años con voluntad de medro entre nosotros y nuestras conciencias, aquellos viejos viajes que nunca terminamos de emprender. Vienen con esa exactitud de agenda y uvas ahogadas en champán de Carrefour. Vienen y pasan por uno cabalmente, y a uno le pueblan de vivencias, de palabras, de nombres. Vienen los años porque nuestra timidez nos impide que seamos nosotros los que acudamos a ellos, pero enseguida se les acoge en el seno de una fecha anotada en el margen superior derecho de algún borrador, un examen, una carta.

Van. Van los años pululando por nuestra vida, rondándonos a la par que nutren de fechas los libros de historia y los registros. Y vamos existiendo en paralelo, en paralelo ocurrimos. Vienen y van los años, mientras que nosotros ocurrimos.
 
Vienen y van los años, y los únicos que quedamos aquí somos nosotros. A la espera, como si acabásemos de llamar al centro de atención al cliente de cierta compañía telefónica: permanezca a la espera... quizá a la espera de una llamada que nunca termina de llegar. Esa llamada prometida, esa tierra prometida, ese lugar. Y qué lugar sino una calle siniestra, o aquel abrazo, o ese otro momento que pasamos... Y con nosotros cabalgan los recuerdos más deslumbrantes que se cuelgan de nosotros como de una pinza, y alborotan y ruborizan esas doce uvas finales, que son como doce besos de despedida que nos da un anciano 2013.

Feliz año nuevo. He dicho.

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