Día de los Difuntos.

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Recordamos hoy a todos esos seres queridos que nos precedieron y ya no están con nosotros; también ellos pueden ser como esos árboles del otoño, aludidos en la anterior entrada, que cuando pierden sus hojas, apreciamos sus frutos, y cuando parece que mueren, quizás empiecen una nueva vida. Al respecto, quiero reproducir a continuación un extracto de la entrevista al filósofo Jean Guitton, realizada por el escritor francés Jean-Jacques Antier y publicada en el semanario “Alfa y Omega”, número 154, del 25 de febrero de 1.999:

¿Qué sabe usted de la muerte?
- Sé lo que sé y lo que creo. ¡Conocemos tan poco el hecho de la muerte! Porque todos lo experimentan, pero nadie ha podido comunicar su experiencia. Ésta es la paradoja de la muerte: tan común, tan cercana, tan vista desde fuera, pero en el fondo ininteligible, intraducible, secreta.

Muchos están angustiados por ella...
¿Y si fuera sólo el recuerdo del miedo a nacer? Numerosos testigos me han dicho que la muerte no es un momento de angustia, sino de calma y de paz. El mundo se atenúa, se borra. La impresión es que otro mundo está naciendo. Un asentimiento a lo que aún no ha llegado. He comprendido que es más alto que vencer o vivir: es entregarse.
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¿Qué sucede después de que la tumba se ha cerrado sobre el cuerpo?
- El alma subsiste. El espíritu. El ser solo, el yo profundo no ha sido abolido, vive misteriosamente. E incluso está más vivo que cuando nosotros vivíamos.

Usted lo cree, ¿no es cierto?
- Yo lo sé. Si no, no sería un misterio, sino un absurdo. Nunca he dudado entre el absurdo de la negación y el misterio del sí consciente al amor. La muerte es un nuevo nacimiento que todas nuestras capacidades, nuestros deseos, permiten intuir.

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