Hace mucho tiempo había un anciano que tenía dos hijos, y le llegó el tiempo de morir. Llamó a sus dos hijos y les dijo que les iba a repartir el campo. Al hijo mayor, que había estado con él más tiempo y que le conocía mejor, le dio la parte de campo más difícil, porque estaba seguro de que sabría cómo cultivarla. Al más joven le dio la parte baja del campo, la mejor, porque no había estado con el padre tanto tiempo como el otro y no sabía tan bien como él de qué modo cultivar la tierra. Y les dijo que recordaran siempre que eran sus hijos y ellos siempre hermanos.
Poco después el anciano murió y los dos hijos se hicieron cargo de su parte de tierra y empezaron sus vidas.
Pasó el tiempo, y los hermanos no se veían apenas, tan entregados estaban los dos a sus ocupaciones.
Un día, el hermano mayor estaba contando las gavillas de trigo en su granero y se preguntaba cómo le iría a su hermano menor. Pensó: He tenido una buena cosecha; voy a llevarle algunos haces de espigas esta noche. Se los dejaré en su granero sin que se entere. Contó doce gavillas de trigo, salió a la oscuridad de la noche y se las dejó en secreto a su hermano.
Mientras tanto, el hermano menor estaba pensando también acerca de su hermano mayor: Heredó la tierra más pobre. Mi cosecha ha sido especialmente buena este año. Creo que voy a coger unas gavillas para él y se las voy a dejar en su granero. Contó doce gavillas, salió a la oscuridad de la noche y se las dejó en el granero. Los dos hermanos se fueron a la cama sintiéndose muy felices.
A la mañana siguiente los dos estaban en su granero y, contando las gavillas, se preguntaron cómo habiendo dado doce gavillas al otro hermano parecía que seguían teniéndolas. Los dos decidieron repetir la operación. Y así, aquella noche contaron otras doce gavillas, y a ese regalo añadieron los dos una jarra llena de aceitunas. Se cruzaron en la oscuridad, sin verse, y lo dejaron todo en el granero del otro.
De nuevo la tercera mañana contaron las gavillas y vieron que seguían teniendo el mismo número, así como también la misma jarra con aceitunas. Aquella noche cada uno cogió su burro, puso encima un odre de vino y salió camino del granero del otro.
Pero en el cielo brillaba ese día una espléndida luna llena. Se encontraron en medio del camino, en el límite de sus tierras. Cuando se dieron cuenta de lo que estaban haciendo el uno por el otro, se abrazaron llorando de emoción, recordando a su padre y alabando a Dios.
Es una vieja historia del siglo VI antes de Cristo. Pero parece mucho más antigua, anterior al pecado original.
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