Un día, Diógenes estaba comiendo un plato de lentejas, sentado en el umbral de una casa cualquiera. No había ningún alimento en toda Atenas más barato que el guiso de lentejas. Comer guiso de lentejas significaba que te encontrabas en una situación de máxima precariedad.
Pasó un ministro del Emperador y le dijo:
- ¡Ay, Diógenes! Si aprendieras a ser más sumiso y adular un poco más al Emperador, no tendrías que comer lentejas.
Diógenes dejó de comer, levantó la vista y, mirando intensamente al acaudalado interlocutor, contestó:
- ¡Ay de ti, hermano! Si aprendieras a comer lentejas, no tendrías que ser sumiso y adular tanto al Emperador.
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