En las primeras tardes frescas del otoño, la gente acude al cementerio de esta aldea mediterránea donde las tumbas miran a poniente.
El otro día, al calor de los últimos rayos de sol, una bandada de gorriones recorría tranquilamente las negras lápidas y dificultaba la labor de quienes se afanaban en limpiarlas; de pronto se oyeron los maullidos de unos gatos y, rápidamente, los pájaros levantaron el vuelo.
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